Una
tarde
muy
bonita
y
calmada de
sábado
soleado, Ferney decide
ir
a
pescar
a
un
río
claro
y
grande. Tanta
tranquilidad
y
silencio
y
poca
suerte
que
tiene
con
los
peces,
Ferney se duerme sobre
una
piedra.
Cuando
se despierta, abre
los
ojos
asustado
porque
casi
se cae de
su
duro
asiento
de
piedra. Se sorprende más
cuando
ve
que, a
su
alrededor, ya
es
de
noche. Se levanta con
esfuerzo, pues
le
duele
todo
el
cuerpo, y
una
vez
en
pie
puede
comprobar, gracias
a
la
luz
sorprendentemente
intensa
de
la
luna
que
está
llena, que
el
río
está
seco, que
al
otro
lado
no
hay
ningún
pueblo
y
que
a
su
espalda
ya
no
existe
el
bosque, sino
un
terreno
desierto. Ferney
se da cuenta
que
duerme
tanto
como
la
vida
en
la
tierra. FIN
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