Ligia: Hola
Gustavo, ¿cómo
estás? Gustavo: Muy
bien, ¿y
tú? ¿Qué
estás
haciendo? Ligia: Nada, estoy
muy
aburrida
y
por
eso
pensé
en
llamarte
y
contarte
qué
me
pasó
ayer
en
un
restaurante. Gustavo: ¿Qué? Ligia: Ayer
fui
a
cenar
con
mi
novio
a
un
restaurante
que
está
en
el
centro
de
Buenos
Aires. Gustavo: ¿Cuál? ¿Ese
que
vende
comida
muy
cara? Ligia: Sí, todo
allí
es
elegante
y
los
platos
que
sirven
son
muy
bonitos
y
caros. Gustavo: Pero, ¿qué
pasó? Ligia: Yo
pedí
una
sopa
de
principio, una
carne
de
plato
principal
y
de
postre
un
helado
de
chocolate. Gustavo: Eso
suena
muy
rico. Ligia: Sí, la
verdad
que
todo
es
muy
rico
en
ese
lugar. Pero
cuando
me
trajeron la
sopa, vi
un
pelo
en
ella. Gustavo: ¡Oh! que
asco. Ligia: Sí, la
verdad
que
fue
horrible. Al
comienzo
no
dije
nada
y
simplemente
dejé
de
tomar
la
sopa. Gustavo: ¿Por qué no
dijiste
nada? Ligia: Porque
no
me
gusta
molestar. Gustavo: Pero
de
todos
modos, es
un
lugar
muy
elegante. Ligia: Sí, pero
el
cuento
fue
que
cuando
mi
novio
me
preguntó
por qué no
comí
la
sopa, le
dije
la
verdad
y
él
se
enojó
tanto
con
el
dueño
del
restaurante
que
luego
sentí
vergüenza. Gustavo: Sí
pero, debes
entender
que
tu
novio
te
llevó
a
ese
lugar
porque
pensó
que
es
un
lugar
muy
fino. Ligia: Sí, entiendo, pero
no
es
fácil. En
conclusión, al
final
nos
dieron
la
cuenta
gratis
y
un
bono
para
cenar
otro
día
ahí
totalmente
gratis. Por
eso
te
llamo, mi
novio
dijo
que
no
quiere
volver
ahí
nunca
y
quiero
saber
si
tú
quieres
venir
conmigo. Gustavo: Uhau, claro
que
yo
quiero
venir. Sólo
debes
decirme
cuándo. Ligia: Mañana
en
la
noche. Gustavo: Listo, ahí
voy
a
estar.
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